La asfixia regulatoria y la vida económica

Las fuentes de los males públicos derivan del incorrecto diseño de las políticas económicas, que pretenden controlar los mercados a través de las variables resultado, como son los precios de bienes y servicios, tasa de cambio, salarios, costos e intereses. Este tipo de regulación es la que más trastornos causa en el desarrollo de un país, porque otorga a quien administra información privilegiada la capacidad para decidir en favor de sus intereses en contra del bien común. Es necesario comprender que la asfixia regulatoria hace un buen servicio al cazador de rentas, pues cualquier acto hasta el más honrado, es prácticamente imposible a menos que pagues, mientras esto no se comprenda seremos unos convidados de piedra, que celestinamente decimos: “no estamos en Suiza, cómete la luz”. De todas las corruptelas de esta naturaleza, la peor es la del poder pues quien formula la norma lo hace para aprovecharse e imponer su pensamiento por vía no democrática.

Es un mecanismo anti frágil de gobernanza que recrea un contexto bajo el cual el sistema opera en las últimas, con un personal mal remunerado, con un limitado del ancho de banda, con fallos recurrentes y masivos de todos los servicios, hay un espacio donde convergen las necesidades de quien requiere un servicio con urgencia y el funcionario arruinado, lo demás se le deja al lector para que saque sus propias conclusiones. El poseedor de poder discrecional se vale de las mismas regulaciones para extraer rentas de quien desee, porque todo el mundo para solventar sus problemas tiene de manera obligada que situarse al margen de la ley. Cualquier actividad simple desde renovar un documento personal, hacer un pago de servicios públicos, solicitar un servicio de conexión telefónica, de electricidad, lo que sea, requiere una cantidad de trámites que obstaculiza hasta las cosas más sencillas de la vida, es el mundo de la asfixia regulatoria.

Bajo esta cultura de poder se asienta una masa crítica de adeptos con sentido de propósito y hoja de ruta, en la cual la vía cómoda del arruinado para “resolverse” es colocarse en una cola de personas que se anotan con el gobernante de turno y terminan votando apoyándolo o quedándose en casa, pues guardan la esperanza de que alguna suerte les permita transformarse en flamante administrador de una parcela en el ejercicio del nuevo oficio de gestor de la escasez de todo, al margen de la ley, pero entre los privilegiados. Mientras tanto el descontento masivo se alimenta en la autodestrucción. Se recrea una subcultura de tolerancia indulgente hacia la corrupción, de falta de conciencia cívica y de postración social para la observancia de las leyes, son las fuentes de la predisposición hacia el delito, esperando la oportunidad cuando el riesgo de ser descubierto y penalizado sea mínimo.

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