Jugar con la economía

Es un error de consecuencias fatales confundir el consenso reflexivo que exige la economía, con las falsas prescripciones influidas por el deseo de hacer concesiones a cada parcialidad del pensamiento como si fuese posible tomar un poco de cada cosa y tener un buen resultado porque todos han sido complacidos, es la historia económica del extravío de un país. Es jugar con fuego, como lo hace el gobierno, el frenar y alimentar, espasmódicamente, la creación irresponsable de dinero y la asfixia regulatoria, como también juegan quienes critican todo sin fundamentos ni evidencias, esperando sin propuestas que alguna fuerza exterior nos resuelva la irresponsabilidad social de no ofrecer soluciones

Un país de muchas revoluciones y pocas reformas.

Venezuela evolucionó desde comienzos del siglo XX por la vía gradual de las reformas socioeconómicas. Los propios mecanismos autorreguladores después de una vasta destrucción de la base material y social, iniciada con la entrega de Francisco de Miranda, llegaron a su clímax con el afán de recrear desde cero unas utopías sin propuestas que arrasaron hasta la propia sostenibilidad política de sus promotores. Es la historia de las revoluciones. Un breve momento de reformas graduales comenzó con el programa del 21 de febrero de 1936 del entonces presidente de Venezuela, General Eleazar López Contreras, que cierra su ciclo con el golpe de estado del 18 de octubre de 1945, fue la experiencia de un país libre sin presos de consciencia ni perseguidos políticos y con avances económicos pocos vistos en el mundo. Es la breve historia de un tiempo de reformas.

La esperanza objetiva de la agricultura venezolana

El sistema económico actual mantiene la atención en lo que podemos contar (ingresos, ganancia, empleo, …) más que en lo que más valoramos (la salud y educación de nuestros hijos, la calidad del aire que respiramos, la compensación justa, etc.). Las empresas y los inversionistas tienden a asignar recursos financieros y humanos para lograr los … Sigue leyendo La esperanza objetiva de la agricultura venezolana