En la misma sociedad, pero en mundos diferentes

La gente más activa en la conducción de procesos socioeconómicos exitosos pertenece a la clase media, esencialmente por la disposición de recursos excedentes y de tiempo libre reflexivo que no poseen quienes pertenecen a estratos sociales con menos recursos. Pero, todo depende del buen uso de esas disponibilidades en términos de cohesión nacional. Es la paradoja del caso venezolano donde esos recursos han sido dilapidados, han servido para polarizar a la sociedad y han dejado al país sin un relato compartido de nación.

El sosiego de una existencia en la cual la información se estructuraba alrededor de grandes desafíos existenciales y se divulgaba a través de medios autorregulados, esencialmente por una ética invisible, es ahora el lugar de la revelación fragmentada, difusa y confusa. Es ahora, el dominio de la información fundada en la tergiversación deliberada de la realidad que hace ver a cada uno como perteneciente a mundos diferentes cuyos contenidos autoproducidos dependen más de afinidades ideológicas o de algoritmos que del juicio crítico.

La revolución virtual en materia de información ha facilitado la interconexión de la gente para el aprendizaje y para la resolución de problemas, sobre los cuales ni el mercado ni la acción pública ofrecían respuestas. No obstante, como universo paralelo ha conducido a la división de la sociedad en grupos construidos alrededor de un entorno multiusuario perpetuo y persistente, que fusiona la realidad física con la virtualidad digital, lo cual puede dar origen a su desvinculación de cualquier fundamento racional civilizatorio.

La defensa de los valores democráticos como parte de un proyecto de país, exige el desarrollo de competencias del ciudadano para evaluar correctamente el contenido y las fuentes de información disponibles para juzgar, razonar mejor o tomar mejores decisiones. Evaluar la calidad de la información, consiste en determinar si ella tiene buenas posibilidades de corresponder a la realidad y, por lo tanto, si merece nuestra confianza. El sistema de los instintos y emociones, tan defendido en nuestro medio local, forma parte vital de la vida para lo rutinario, pues permite una economía de energía reflexiva necesaria para lo propio de la condición humana: la razón, la ética y la elección moral de la superación del sufrimiento.

En estos momentos frente al recelo sobre la ciencia, hay dos actitudes posibles: la desilusión y la renuncia, alimentadas por la constatación de que el tiempo de reflexión y el de decisión ya no tienen nada en común y el de una renovada atención como lo demuestra el propio avance científico, pues más allá de la especulación ideológica y política en favor de lo instintivo pasional, está nuestra libertad de pensar que, como todos nuestros logros civilizatorios, no puede ejercerse al margen de nuestra voluntad consciente de comprender.

Lo planteado es en términos de la falta de equilibrio entre lo “político inmediato y emocional” y la razón, lo cual conduce a una diatriba sin fin y conflictiva porque admite todo, según el criterio de cada uno sobre todas las cosas sin demarcación deliberativa. En consecuencia, no se niega la validez de quien desee darle a sus argumentos una “precondición” o precedencia frente a la elección moral de agotar lo que sea para reducir el sufrimiento en Venezuela.

En nuestro parecer no se puede esperar que se cumplan condiciones previas para mejorar. Nuestro razonamiento político pasa por la hipótesis de que es posible mejorar hasta en la peor de las circunstancias, no consideramos conveniente las condiciones de espera y cambio para avanzar. Lo político no precede lo económico ni viceversa.

Referencia bibliográfica

Bronner, Gérald (2021), Apocalypse cognitive, PUF editions, París, Code ISBN: 978-2-13-073304-1.

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