La revolución socialista en Venezuela ha sido una experiencia de destrucción de la clase media. Primero, de manera explícita al atacar sus símbolos: una buena casa, una salud resguardada, una educación permanente y extensa y la movilidad social, y segundo, con un sin propósito, pero de mayor daño, a través de la propagación de una cultura de resentimiento social, de revancha, de alimentar ese morbo social justificándolo y promoviéndolo. El socialismo del siglo XXI, se engulló una inmensa riqueza, sin dejar prácticamente nada, ni material, ni intangible, en la tragedia de este país llamado Venezuela, fue una dilapidación para la destrucción, no para construir un país. Algo habrá que salvar mas allá del aprendizaje calamitoso de este episodio que en el tiempo se querrá borrar; ¿Qué podemos salvar de este desastre? Una sola cosa: no puede haber futuro en una sociedad que reproduce gente olvidada en su miseria y otra gente llena de ostentaciones.