El populismo: la ideología como coartada en el mecanismo de perpetuación (antifragilidad) del autoritarismo

Es un buen recurso retórico, calificar a los gobiernos populistas e “iliberales” como socialistas y comunistas, porque se supone un rechazo generalizado contra todo lo que tenga esas características. Pero, también es una buena estrategia para quienes usurpan el poder en el mundo, a quienes la ideología permite, ocultar las características ilegítimas de su ejercicio autoritario del poder. Es mejor ser tomado como gobernantes con una ideología anacrónica socialista que como lo que realmente son: unos trasgresores del estado de derecho, cuyo sistema de perpetuación en el poder se alimenta del desorden, tanto del país, como de las fuerzas democráticas. La fuerza del autoritarismo populista reside la fragilidad institucional del país.

Detrás del llamado “Socialismo del siglo XXI”, lo que existe es más bien una amalgama de grupos de interés que permea hasta entre supuestos adversarios políticos que se asocian para la extracción de rentas y de valor creado por la sociedad. Los miembros de ese “club”, según les convenga, pueden autodenominarse emprendedores, confesos de alguna teología, obreros, trabajadores, socialistas, profesionales, de oposición, del gobierno, santeros,…, campesinos con los cual dan una justificación mayor a sus actos de simple apropiación de lo producido por otros. Llamarlos socialistas equivale a otorgarles una premiación, un reconocimiento que no tienen. Son “populistas” o “iliberales”, gente sin ideología con intereses comunes que comparten en los negocios fuera de ley relacionados con lo informal, en los mercados negros, apoyados el ejercicio autoritario del poder.

La democracia se asienta sobre la confianza entre gente que decide con base en un lenguaje común, inclusivo y consensual que les permite la deliberación sobre la verdad y alcanzar acuerdos y administrar los desacuerdos.

Por ejemplo, un caso emblemático en el mundo, es el de ISIS, por debajo de las supuestos ideales islámicos, de emancipación, de liberación del imperialismo, florecen todo tipo de negocios obscuros de ventas de armas, de tráfico ilícito de todo, de servilismo. Darle una connotación religiosa, ideológica, política es un merecimiento gratuito para estos exitosos emprendedores de los negocios emergentes del crimen organizado.

¿Qué hay de común en las actuaciones de los actores mediáticos que refuerza al populismo? La banalización de la mentira, la primacía de la emoción sobre la razón y la falta de verosimilitud (percepción de que no hace falta ni la consistencia, ni la evidencia). En tres escritos nuestros hemos profundizado en el tema:

A partir del conjunto de ellos hemos modificado la infografía que elaboramos para esos artículos, presentando las secuencias que alimentan la perpetuidad de las dictaduras, en esta época de la posverdad y posfactualidad [1].

En tiempos de “posverdades” y “posfactualidades” el control del escenario mediático es decisivo, es una cultura bajo la cual el liderazgo político orienta sus actividades a la relativización de la “verdad” a través de las emociones, con un uso extenso e intenso de retórica en la cual se obvia la consistencia de los argumentos y la necesidad de pruebas de refutación o de validación, los hechos son ignorados deliberadamente.

De este modo es posible tener cualquier cosa como “verdad” sin el esfuerzo que significa tener en cuenta los hechos que las pudieran validar. Las “mentiras” pueden ser convertidas en “verdades” desde las emociones. En el común de la gente, las herramientas comunicacionales de hoy en día son más eficaces para decidir batallas políticas que para el encuentro con la verdad.

La supremacía de las emociones sobre la razón, ha colocado a los “populistas” e “iliberales” en gobierno en condiciones de ejercicio autoritario sin necesidad de la profundización del análisis de los problemas y mucho menos de búsqueda de hechos probatorios de lo que se afirma.

En el caso de los “iliberales o populistas” fuera del gobierno la quiebra de la razón les permite desarrollar la actividad política como un “business” o emprendimiento con la ilusión de ser gobernantes para hacer lo mismo con una fachada diferente, el riesgo de esta aproximación es que unos pocos descubren que también se puede llevar una existencia de fácil extracción de rentas y de confort bajo la simulación de búsqueda democrática.

Estamos en tiempos de desprofesionalización de la interpretación de los fenómenos sociales. Es una especie de callejón sin aparente salida, el “emocionar para convencer”, es un “convencer para cualquier cosa”, tenemos que precisar el alcance con un “emocionar para convivir en democracia”, la trama no es convencer a otro, es de como convivir con el otro [2].

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[1] Posverdad y posfactualidad, son neologismos empleados hoy en día para explicar ese nuevo fenómeno mediático relacionado con el fortalecimiento del populismo reaccionario, la perpetuación de las dictaduras en países con debilidad institucional democrática y con la conflictividad mundial. Es también el contexto donde el terrorismo y las bandas criminales emergentes han podido ocultar sus actividades dándole un cariz ideológico a sus negocios ilícitos.

[2] Referencias documentales sobre la post-verdad y la post-factualidad:

«Post-truth»: La palabra del año

The Post-Truth Era: Dishonesty and Deception in Contemporary Life

“No se trata de convencer, sino de convivir”.”l’ère post-persuasion”

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